Querida vida, mi querida amiga. Gracias por todos tus consejos y vivencias. Algunos me han servido para recapacitar y ver mis errores, otros me acompañarán un tiempo más. La culpa es de la primavera, a veces por estar, otras por no estar.
De niño me impresionó escuchar como un camarero del Club Oliver, allá por finales de los años 70, coqueteaba con una compañera en la despensa «de detrás». Al verse los dos sorprendidos por mis inocentes y curiosones ojitos me dijeron sentenciando, «Carlitos, la primavera la sangre altera».
Me quedé perplejo por la situación, entendí que no debía jugar allí y volví al lado de papá, que continuaba en sus quehaceres de la cocina del club. Allí, mientras me esforzaba por ver el interior de los pucheros, me esforzaba por alzar la vista sobre esos enormes calderos. Quería descubrir el color de aquellas salsas que me llamaban con sus borboteos, como la omnipresente bechamel, la salsa de tomate, la salsa de quesos canarios. Me entretenía descubriendo y analizando los diferentes borbotones de cada caldero. Flipaba con los tornados de vapor que se escapaban por la campana extractora. Entre esos humos y calores, mi cabecita se esforzaba en comprender qué había querido decirme aquel «galán» con uniforme de camarero. El asunto no quedó ahí, pues han seguido pasando los años y cada uno de ellos pasó con sus primaveras correspondientes. Algunas para recordar, otras mejor olvidar, dejarlas en el baúl de los olvidos. Aunque han pasado muchas primaveras, todavía se me quedan cortas, necesito más. Pues con el paso de los años he tenido la oportunidad de prestar atención a todo lo que ocurre a mi alrededor, qué altera mi sangre al llegar la estación de las flores y al irse.
Entre las primeras sensaciones está la pérdida de apetito. No pasa nada, hay tantas flores y bellezas de verduras comestibles en cualquier mercado de Canarias que el apetito siempre vuelve. También es verdad que en esa época del año duplico mis ganas de comer, disfruto el triple jugueteando con mi paladar y los pétalos siempre saben más sublimes, en primavera. Esto puede parecer una contradicción, pero no lo es. Con su llegada el apetito desaparece, sin embargo, mi cuerpo rebosa de ganas, pero no de ganas de comer y esta inapetencia continua hasta que me quedo «satisfecho».
Una vez estoy satisfecho, el apetito vuelve, con mayor voracidad. Sí, satisfecho. Con satisfecho, me refiero a esa sensación de bienestar que es efímera; que ocurra lo que ocurra, siempre es breve. Como las buenas comidas, ¡esas son siempre tan breves! Es uno de los motivos por los que en primavera siempre recomendaré, para una fiesta o banquete, un bufé, donde comer con tiempo, sin prisas. ¿Por qué hacer efímero lo que podemos alargar, aunque sea brevemente, continuando, paladeando, satisfechos?
Cuando llega la primavera mi sangre se altera. Tengo pruebas y aún no he descubierto ningún alimento que me ayude. Ayúdame tú, aún tengo tiempo.
Carlos Gamonal